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Andros de Montmorency
La mano de Isabel temblaba. Por un momento creyó que
podría ser su marido, pero esta figura era alta y delgada, muy diferente a como
era su marido.
Entonces la puerta se abrió poco a poco.
-Disculpen las molestias.
La cabeza de un señor alto y delgado con una túnica
morada apareció tras la puerta de la cocina. Éste tenía la cara redonda y lucía
una larga melena blanca, donde a mitad, una cadena dorada le hacía una coleta.
Tenía unas cuantas arrugas, y los cachetes
sonrosados. Sonreía de una forma agradable. Tenía una voz dulce.
-¿Qui… quién eres? No le conozco.
-Oh, ¿Dónde están mis modales? Permítame que me
presente. Soy el profesor Andros de Montmorency, director del colegio
Chilogwarts de Artes Hechiceras. Un gusto en conocerla personalmente, señora
Isabel – dijo el desconocido entrando en la cocina y extendiendo la mano. La
señora Isabel le estrechó la suya con un poco de miedo. ¿Cómo sabía su nombre?
¿Cómo sabía que vivía ahí?
Joseph se sobresaltó. Entonces recordó que exactamente
ese nombre aparecía en todas sus cartas.
-Mu… mucho gusto, señor Andros – Isabel estaba un
poco asustada -. ¿Desea usted tomar asiento?
-No, muchas gracias. Tenemos muchas cosas que hacer.
Ah,- dijo Andros girándose hacia Joseph- este es el señor Naranjo. Mucho gusto,
señor – dijo mientras le daba palmaditas sobre el hombro.
Andros le estrechó la mano a Joseph. Joseph estaba
extrañado. ¿Tenían muchas cosas que hacer?
-Siento haberla asustado de esa forma, señora
Isabel. Créame que lo siento mucho. He tenido que venir yo mismo para poder
explicarle el tema de las cartas. Parece ser que no les quedó del todo claro a
ninguno de los dos... Creo que andabais un poco confundidos. La próxima vez
intentaré ser más preciso.
Las tostadas de Joseph ya estaban listas.
-¿Es su primer hijo en Chilogwarts?
-Sí… claro. –Isabel seguía confusa.
-Bien, puede estar bastante orgullosa de su hijo.
Seguro que será un buen mago.
-Pero… ¿Cómo puede ser un mago? Nosotros… no hemos
hecho nada.
-No hay que hacer nada para ser mago, simplemente
hay que nacer siéndolo. ¿Recuerda que le haya pasado alguna vez algo a su hijo
que no pueda explicar?
-Bueno… algunas cosas… - Isabel se quedó un rato
pensando. Después, volvió a hablar- Hubo una vez que lo dejé en el colegio y al
volver a casa me dijo que sabía donde estuve, y acertó. Otras veces estuvo en
peligro y salió ileso, pero eso son cosas de niños. Pero vaya sustos que nos
hemos llevado.
-Los niños pequeños son muy inocentes y frágiles. Su
hijo no es como los demás, su hijo es especial. Y creo que será grande, muy
grande. Tiene talento, lo sé.
-¿Cómo sé que no nos estás mintiendo? – Dijo Joseph
levantándose de la silla - ¿Cómo sé que esto no es una broma y que se está
quedando con nosotros?
El profesor Andros sonrió.
-Tiene carácter el chico. Está bien eso de no fiarse
de nadie, hoy en día uno no está seguro en ningún sitio. Bien, ¿cómo puedo
demostrar entonces que le estoy diciendo la verdad?
Joseph volvió a sentarse y cruzó los brazos, mirando
a Andros a modo de reto.
-Aún no he desayunado y tengo bastante hambre.
Después de decir eso, las tostadas recién hechas
salieron volando. También un plato salió de su sitio. Las dos tostadas se
colocaron encima. Entonces, un cuchillo pequeño que estaba en la mesa empezó a
levitar también, buscando el tarro de la mantequilla. Este parecía estar
jugando al escondite, pues esquivaba al cuchillo. Después de un rato de
persecución por la mesa, el cuchillo adelantó al recipiente y cogió la mantequilla. El plato se posó
sobre la mesa y el cuchillo empezó a untar mantequilla en las tostadas.
Seguidamente, un vaso también levitó de donde
estaba. Se abrió el frigorífico y salió una jarra de zumo de melocotón. La
jarra se vertió en el vaso mientras
ambos flotaban. Después, la jarra volvió al frigorífico y el vaso se posó en la
mesa.
-Es así como te gustan, ¿verdad, Joseph?
-Esplendido, maravilloso. Lo siento, señor…
-No pasa nada. Te comprendo, chico.
Joseph no lo podía creer. Miraba su desayuno muy
atento. Debía estar soñando.
-Deberías comer ya antes de que se enfríe. Y usted
señora Isabel - Andros volvió a mirar a Isabel, la cual tenía la boca abierta y
parecía que no creía lo que estaba pasando -, al ser el primer hijo mago que
tiene, me veo en la obligación de resolverle todas las dudas que tenga. No
quiero obligarla a que haga algo que no quiera, pero quiero que conozca dónde
estudiará su hijo, en el caso que usted le de permiso para estudiar en nuestra
escuela. No le costará nada, y después de la visita, podrá barajar
tranquilamente las opciones que tiene.
Isabel dudó un poco. Al rato empezó a hablar.
-Ya tiene su casa en Sevilla, con sus dos hermanos.
Ya está inscrito en un bachiller, y ya tiene su cuarto hecho allí. Y bueno…
¿Dónde está su colegio? Eso no viene en la carta. ¿Y si mi hijo se pierde yendo
y viniendo?
-Tranquilícese, señora. El colegio está más cerca de
lo que usted piensa. Está situado a las afueras de Sevilla, pero se accede por
un pasadizo que está dentro de la ciudad, para no llamar la atención. El
colegio es interno, y podrá salir para las vacaciones. De todos modos, si no
estudiase allí, no lo vería diariamente. Sería lo mismo.
-¿Podría ir a visitarle al menos?
-Usted al ser una persona no mágica tendría más
dificultades, pero puede mandarle una lechuza cada vez que quiera, y podrá
asistir a reuniones y a galas especiales, como cualquier padre. No se crea que
es la primera persona a la que le pasa esto. Muchos hijos de muggles han asistido a Chilogwarts.
-¿Qué significa “muggle”?
-Es como nosotros definimos a la gente no mágica,
como usted. No es un término ofensivo, no se preocupe.
>Créame que su hijo estará a salvo con nosotros.
Estando dentro de los terrenos del colegio, no puede pasarle nada malo. Está
todo vigilado y hechizado. Además, contamos con los mejores profesores en el
bachiller de magia.
¿Bachiller de magia? Era la primera vez que Joseph
escuchaba ese término.
-¿Y cuánto me costará todo esto? No disponemos de
mucho dinero.
-De eso no se preocupe. Podemos cambiar el dinero
muggle a dinero mágico. El dinero muggle es más caro que el mágico, así que con
lo que se gasta usted en un libro de texto normal, se lo puede gastar en cuatro
libros mágicos, siete plumas, dos tinteros y varios royos de pergamino.
-¿Y cómo me pongo en contacto con usted? Si pasase
algo malo…
-Recibirá una lechuza inmediata, de eso puede estar
segura.
Pero Isabel no estaba acostumbrada a recibir
lechuzas, así que esa idea no le resultaba del todo buena.
-Bueno, creo que va siendo hora de visitar la parada
– dijo Andros mirando una especie de reloj de pulsera dorado que tenía en la muñeca, pero Joseph pudo apreciar que este no tenía números ni manecillas, sino unas extrañas letras que se movían.
-Pero… estamos en pijama – dijo Joseph –, así no
podemos ir a ningún sitio.
-¿Ese atuendo es el pijama? ¡Vaya! Sorprendentes
estos muggles… ¿Tardáis mucho en vestiros? Nuestra cita es dentro de diez
minutos.
La señora Isabel fue corriendo a su cuarto a ponerse
algo de ropa. Joseph se dirigió a su cuarto y se puso una camiseta gris, unos
pantalones cortos y unas zapatillas de deporte negras. Se vistió lo más rápido
que pudo. Después, fue al cuarto de baño a lavarse la cara y peinarse. Allí se
topó con su madre, que se estaba pintando los labios.
En el sofá del salón, esperaba Andros, mirando con
interés la televisión apagada.
-¿Nos vamos ya? – preguntó Isabel dirigiéndose a la
puerta.
-Claro, ¿Dónde va? No se escape, tenemos prisa.
Isabel se preguntó por dónde quería ir Andros.
Esperaba que no pensase en salir volando por el patio.
-Agárrense de mi brazo.
Un segundo después de hacerlo, sintieron un gran
fuerte huracanado que les hizo cerrar los ojos. El salón de su casa acababa de
quedarse vacío.
Al abrir los ojos, Isabel, Joseph y Andros se
encontraron en un sitio conocido. Se encontraron en un pequeño pasillo, que
desembocaba en una gran sala con cuadros pintados al fresco en la pared, donde
debajo de aquellos cuadros, había una serie de taquillas. Era una estación de
autobuses, justamente la estación de autobuses del Prado de San Sebastián, de
Sevilla.
-¿Desde aquí se coge el autobús? ¿Qué andén es?
-Por aquí, sígame.
Andros se movía entre unas pocas personas que le
miraban con cara extraña. Aquellas personas no parecían estar acostumbradas a
ver a un señor mayor con túnica.
El profesor de Montmorency salió al patio donde se
suponía que se cogían los autobuses, pero no se dirigía a los autobuses, sino a
su izquierda. Isabel y Joseph lo siguieron, sin saber a donde iban. Pasaron por
detrás de una columna en obras y allí, escondida, había una máquina de hacer
fotografías. Andros corrió la cortina roja y se metió dentro. Isabel y Joseph
lo siguieron, creyendo que iban a hacerse una foto para recordar el momento o
algo así.
Los tres entraron como pudieron. Andros sacó de su
túnica un a varita larga y delgada. Después golpeó tres veces la pantalla que
había delante suya y dijo:
-Granizada de fresa.
Después de haber dicho esto, la pantalla
desapareció, junto a toda la pared de
enfrente. El señor de Montmorency se dirigió hacia el pasadizo y Joseph y su
madre lo siguieron.
Al atravesar aquel sitio, se encontraron en otra
parada de autobuses, pero muy diferente a la anterior.
Esta parada era mucho más pequeña. Parecía que a esa
parada sólo le pertenecía un autobús.
Joseph pudo apreciar que se situaban en medio de un
campo muy grande y sin cultivar, donde sólo estaba aquella pequeña estación a
muchos kilómetros a la redonda, rodeada de unos pocos árboles y setos. Era como
una vieja casita de campo, de piedra, aunque sólo contaba con una ventana
enorme y una pequeña puerta. Joseph suponía que era allí donde tenía que
comprar el ticket.
Encima de la gran ventana había un cartel de latón
que ponía: “Andén 33”.
-Bueno, ya conoces la parada del Andén 33. Aquí es donde
su hijo tendrá que coger el tren hacia Chilogwarts. Usted puede venir a
acompañarlo para despedirlo – dijo Andros de Montmorency con una pequeña
sonrisa.
-¿Tren? – Dijo Joseph un poco desconcertado - ¿Esta
es la parada de un tren? ¿Y dónde están las vías?
-¿Para qué tenerlas puestas ya si todavía es pronto?
De repente, Joseph se imaginó a un montón de hombres
poniendo las vías del tren el día antes de partir, y quitándolas el día
después. Entonces supuso que sería por arte de magia.
-Entonces, ¿Ahora tenemos que ir en tren hacia el
colegio? – preguntó Isabel un poco aturdida.
-Tendríamos que esperar hasta el 1 de septiembre
para poder coger el tren. Ese tren sólo pasa para la ida y para la vuelta
–comentó de Montmorency mirando hacia el horizonte -. Sin olvidar las
vacaciones, y también hay casos especiales en los que necesitamos hacerlo
aparecer para que algún gamberrillo se vuelva o para casos más serios, pero no
suele ocurrir.
-¿Y cómo vamos entonces?
-Agárreme del brazo, señora Isabel. ¿Joseph?
Ambos hicieron lo que se les ordenó, y en un abrir y
cerrar de ojos, aparecieron en otro sitio diferente.
Se encontraron frente a un edificio grande, pintado
de colores blanco, beige y salmón. El edificio presentaba dos gigantescas
torres, y se apreciaba varias plantas con techos elevados y pequeñas ventanas
dispersas por todas partes y varios balcones.
Este edificio se situaba encima de rocosa
elevación. De la que suponía que era la
puerta principal, salían unas escaleras que serpenteaban entre las rocas de la
entrada y desembocaba en un pequeño lago. Joseph vio que por detrás del
edificio había una gran llanura que se extendía hacia el infinito.
A la derecha del edificio se encontraba un bosque
muy frondoso, con pinta de tenebroso.
Joseph parecía encantado con aquel sitio. Andros
miraba a Joseph con orgullo. Sin embargo, la expresión de Isabel no era la
misma.
-¿Dónde se supone que está el colegio?
-Ahí, mamá, ¿Acaso no lo ves? Es enorme, como para
no verlo.
-Yo sólo veo… una montaña, un lago y un bosque allí
– dijo Isabel señalando al bosque, con una expresión extraña, como si no
entendiese nada de lo que estaba pasando.
-¡Ah! Lo olvidaba. Lo siento, señora Isabel. No
recordaba que usted era muggle.
De Montmorency chasqueó los dedos, de donde salieron
unas chispas, como si se tratase de una bengala. Entonces, la expresión de
Isabel volvió a cambiar. Ahora estaba como asustada. No era para menos, pues
donde sus ojos muggles habían visto sólo una montaña, de pronto vio como de
entre las piedras se elevó de pronto todo el edificio, como de un salto, y
aterrizó limpiamente sobre la montaña sin hacer ningún tipo de ruido.
Isabel parecía anonadada. En ese momento, no sabía
cómo actuar. Sólo quedó boquiabierta durante un rato.
-Bien, ¿Entramos? – Preguntó Andros con su típica
sonrisa en la cara.