jueves, 28 de noviembre de 2013

La influencia del arcoiris.

Ya he perdido la cuenta de mis noches de insomnio. ¿Qué tendrá esta cama que no me deja dormir? Todavía no he podido descansar a gusto desde el día que me mudé. Ese Harry White… No paro de darle vueltas a la cabeza. Es un personaje bastante curioso. ¿Será el responsable de mi falta de sueño? No paro de pensar en él desde el día que lo conocí. Recién subí a mi piso, se me fueron ocurriendo miles y millones de temas de los que hablar. Sin embargo, no dije nada. He intentado volver a verlo, pero casi siempre que me encuentro con él va acompañado de uno de esos señores ricachones.

Una noche, lo vi despidiéndose alegremente en la puerta  de su casa de un tal Charlie, creo recordar. Llevaba sólo un polo blanco y unos calzoncillos y, no sé por qué, unas grandes gafas de sol. Dentro de su casa y por la noche. Cuando me vio, se quitó las gafas, me tiró un beso y se fue hacia dentro con una amplia sonrisa.
La semana pasada, me lo encontré por la mañana. Venía de mal humor. Esta vez volvía a ir vestido como el primer día que lo vi, sólo que con una pajarita blanca y otros extraños zapatos de plataforma, también blancos. Volvía a llevar gafas de sol, incluso dentro del bloque. Ah, y un gran bolso de piel de cocodrilo. No sé por qué venía de tan mal humor a primera hora de la mañana. Yo salía a hacer unos recados cuando me topé con él en la puerta. “Ah, hola Fred. Lamento no poder charlar contigo, tengo un mal humor horrible y no podría mantener una educada conversación ni aunque me lo propusiera, así que es mejor que no mediemos palabra hasta nuevo aviso.” Sólo me soltó eso de corrido y subió a su casa.
Hace un rato, lo escuché cantando una maravillosa y triste melodía, acompañado de la sinfonía de su vinilo. Me asomé por la ventana y lo vi regando las macetas. Solamente llevaba una toalla atada a la cintura y otra sobre la cabeza. Me extrañó que la de la cabeza fuese mucho más grande que la de la cintura, pero viniendo de Harry White…

No sé por qué, pero me da la sensación de que es una persona que sólo vive por la mañana y por la noche. Siempre suelo verlo muy temprano o cuando empieza a oscurecer. Es una persona misteriosa. Quiero conocerlo, me llama la atención, estoy seguro de que encierra algo en su interior. No sé lo que es, pero me atrae ese chico. Tiene algo…

Oigo unos golpes y ruido de platos rotos que me hacen volver a la realidad. Vienen del piso de abajo. Harry… De un salto, me levanto de la cama y me asomo por la ventana. Veo la luz de la casa de Harry encendida. De repente, se asoma por la ventana, mira a ambos lados y sale por la escalera de incendios. Lleva la bata blanca que se puso cuando lo conocí, y unas gafas de sol negras y doradas. Mira hacia arriba.

-¡Oh, Fred, gracias al cielo! – Dice a modo de plegaria mientras se quita las gafas y sube por la escalera hacia mi ventana – ¿Puedo pasar?

-Adelante – Digo.

Entonces, entra sensualmente por el hueco de la ventana hacia el interior de mi casa.

-Vaya… Así que esta es tu casa – Dice mientras observa detenidamente mi cuarto – Es bastante acogedora.

-No es para tanto. Todavía me queda poner mucho orden.

-A mí me gusta. Tiene una decoración muy clásica - Dijo mirando unos candelabros de plata que tengo sobre una mesilla de roble. 

-¿Qué ha pasado en tu casa? – Pregunto ofreciéndole asiento en mi cama – ¿Qué era todo ese jaleo? ¿Y por qué has salido por la ventana?

-La respuesta a tu pregunta tiene nombre y apellido – Contestó –. Alexander O’Donnell. Vino esta tarde para invitarme a cenar. Hemos ido a su restaurante favorito. Le dijo a su mujer que tenía una cena de negocios. Me invitó a cenar un gran solomillo al whisky, aderezado con finas hierbas y queso fresco. También me ha invitado a vino y cava. Y yo, para agradecérselo, lo invité a pasar a casa para que se tomase una copa de brandy y luego se marchara con su mujer. Pero chico, ha sido entrar a mi casa y pegarse como una lapa a mi trasero. Fui directamente a mi cuarto a cambiarme, porque los zapatos me estaban matando y yo voy más cómodo con mi bata, y cuando salí… Madre mía, no me dio tiempo de sacar el brandy. Me encuentro a ese feo y barrigón señor O’Donnell quitándose los pantalones en mitad de mi salón. ¿Es que siempre uno tiene que vivir por y para su trabajo? Yo creí que sólo era una cena de amigos, como otra cualquiera. Pero, parece ser que en esta vida, no puedo tener ningún amigo.

-¿Y dónde pensabas ir a esta hora?

-A la comisaría de policía. O a casa de una persona muy querida, el señor Johnson. No sé.

-¿Sigue el señor O’Donnell en tu casa?

-Claro, ya se cansará y se irá. No es la primera vez que me pasa. Tranquilo, no se va a llevar nada de valor. Y si se lo lleva, creo que incluso le pertenece. Pero, por la cuenta que le trae, no se va a llevar nada. ¡Já! Se las vería conmigo.

-Y… Si no es mucho preguntar… ¿Por qué siempre llevas gafas de sol aunque esté techado? -Dije extrañado, con miedo a que pudiese tomárselo mal.

-Verás… Las gafas de sol, junto a las plataformas, son una de mis debilidades. ¡Tengo miles de gafas! Creo que en todo un año, tengo para ponerme un par de gafas de sol cada día sin repetir ningunas.  Claro que, la mitad las tengo esparcidas por casa y no las encuentro. Además de que siempre, en cada bolso, llevo mínimo dos pares de gafas por si acaso. Seguramente que alguna estará metida todavía en las cajas, en bolsos o las perdería en alguna mudanza o en casa de alguien. De vez en cuando, van apareciendo por ahí. Un día me encontré un par de gafas dentro de la cisterna y otro día, dentro del frigorífico. ¿Cómo habrían llegado allí? Lo malo es que, a la vez que unas aparecen, desaparecen otras y nunca las tengo todas. ¡Soy un desastre, ya lo sé! Pero, ¿Sabes qué? Lo acepto. Lo acepto y me encanta. Las únicas que no pierdo de vista son unas de carey que pertenecieron a... Bueno, a una persona que quería mucho y ya no está - Dijo mirando al suelo, escondiendo un gesto de afecto y me pareció ver que le brillaban los ojos.
>> Y, ¿Sabes que es lo bueno de llevar siempre gafas de sol? Que puedes mirar donde te apetezca sin que nadie se dé cuenta. Siento que me dan mucha libertad. Siento como si pudiese hacer lo que me diese la gana. También siento mucha seguridad. Puedo hablar con alguien sin que se dé cuenta de que no le miro directamente a los ojos.  Tampoco ellos me miran directamente porque se ponen nerviosos al no saber dónde apuntan mis ojos y no saben si muestro debilidad o no, por lo tanto, me hacen sentir fuerte. ¿Sabías que si una persona cuando te habla y no te mira directamente a los ojos, demuestra ser una persona frágil y que se ve inferior a ti, como si tú fueses quién manda? Comunicación no verbal. También hay que añadirle el glamour que le da a una persona el usar unas gafas de sol, mientras vaya bien a conjunto con tu ropa y no desentone. Le da un toque muy elegante y distinguido, por eso yo las uso a todas horas, esté nublado o techado. Por cierto, ¿Puedo fumar aquí? Necesito un cigarrillo.

-Hhmm… Como quieras – Respondo.

-¿Tú fumas? ¿Quieres uno? – Dijo mientras rebuscaba el paquete en los bolsillos de su bata.

-Yo… No, no fumo.

-¿No lo has probado nunca?

-Sí, alguna que otra vez, pero…

-Me gustaría verte fumar – Y se encendió un cigarro – Toma, dale una calada.

Me pasa el cigarro. Lo cojo, me lo llevo a la boca y…

-No puedo – Respondo nervioso.



-Vamos, sí que puedes – Me anima Harry –. Mira, tú llévatelo a la boca. Tranquilízate. Y aspira despacio. Es como un suspiro.

Hago lo que me dice. Me llevo el cigarro a la boca. Lo pongo sobre mis labios. Aspiro despacio y…

-¡Oh, Fred por favor! – Dice Harry sorprendido – ¡Qué exagerado eres!

Me ha dado un ataque de tos.

-Mira, se hace así – Dice Harry cogiendo el cigarro – ¿Ves? Ya está, no tiene ninguna dificultad.

Me devuelve el cigarro y vuelvo a intentar fumar. Entonces aspiro el humo y lo suelto poco a poco.

-¿Ves como no es tan difícil? – Dice Harry más animado – Ahora, para saber que te ha llegado a los pulmones, échalo por la nariz.

Después de una clase práctica de cómo fumar, Harry se alegró tanto que lo celebró con un cigarrillo.

-¿No tienes whisky? –Preguntó.

-Mira a ver si en la cocina, quizás…

Seguidamente, se dirigió a la cocina. Al momento, volvió con las manos vacías.

-Nada. Absolutamente nada. ¿Quieres que vaya a mi casa a por la botella de brandy? Seguramente el señor O’Donnell ya se haya ido, llevo un rato sin escuchar ningún ruido.

Sin esperar ninguna respuesta, se volvió a colocar las gafas de sol y salió de una manera especialmente sexy por la ventana. Yo me tumbé bocarriba en la cama, pensando. ¿Qué es lo que me acaba de pasar? Me he dejado dominar por un crío. Siento como si me atrajese tanto su personalidad que me dejo embaucar de tal forma que no me doy ni cuenta. Siento que su presencia me influye, me envuelve, siento que no le puedo negar nada. Veo una gran conexión. ¿Qué tiene ese chico? Es algo como mágico. Puede que ahora entienda a aquellos señores ricos como el señor O’Donnell.  Dios, realmente estoy cansado. Entonces, me doy la vuelta y me dejo caer sobre la almohada. Se me cierran los ojos, bostezo… Pero de pronto…

-¡Fred! ¡Fred! –Dijo Harry cuando apareció por la ventana – ¡Ya traigo el brandy! Mira, he pensado que podemos hacer un brindis por… ¡Oh, Fred, te has dormido!

-No, no –Digo mientras me incorporo –. Estoy despierto.

-¿Puedo sentarme a tu lado, Fred? – Y de nuevo, sin esperar respuesta, se sentó junto a mí. Llevaba en una mano dos copas impares y en la otra, la botella de brandy – Bébete aunque sea un chupito – Sirvió ambas copas con un poco de su contenido y dejó la botella en el suelo. Después de brindar y beber, dejó las copas junto a ésta –. ¿Nos tumbamos, Fred? Estoy agotadísimo.

Le hice caso y volví a tumbarme como antes, con la diferencia de que ahora tenía a Harry a mi lado, mirándome a los ojos. Sentía su calor, su respiración. Cerró por un momento los ojos y se acorrucó en mí. Volvió a abrirlos.

-¿Sabes? Tienes una mirada preciosa – Dijo –. Me encanta tu mirada. Tu cara en general. Tienes un cabello bastante sedoso – Me pasó la mano por el pelo –. Y tienes unos labios…

Acarició mi labio con su dedo. Después, me acarició la barba. Yo cerré los ojos y me acerqué hacia él. Mi corazón latía tan rápido que creí que se me salía del pecho. Creo que hacía mucho tiempo que no me sentía así. Entonces pasó. Me besó. Y le devolví el beso. Creo que era un beso esperado y deseado. Después del beso, vinieron caricias y abrazos llenos de pasión. De una manera muy sensual, se quitó la bata y resultó estar desnudo. Nunca había visto un cuerpo varonil tan perfecto, tan precioso. Parecía una escultura esculpida en mármol por los mismos Dioses del Olimpo. Su pecho tenía un poco de vello, el perfecto. Se abalanzó a mí con hambre de deseo carnal y lujuria. Nunca antes me había sentido así. Nunca antes me habían tratado de esa forma. Creo que Harry White le ha dado un nuevo significado al término ‘sexo’.

-¿Es la primera vez que haces esto… con un chico? – Me preguntó al terminar, cuando yo miraba el techo y su cabeza reposaba sobre mi pecho.

-Sí – Respondí.

-Puedo sentirme halagado – Cerró los ojos, me abrazó y al momento se quedó dormido. Yo le besé la frente, me di la vuelta y me dormí también.

A la mañana siguiente, sentí cómo se levantaba de la cama y se sentaba sobre ésta. Vi con los ojos entrecerrados cómo miraba hacia atrás. De un momento a otro, sin previo aviso, se volvió eufórico, como loco. Se levantó de un impulso de la cama, se puso su bata, recogió sus cosas y se colocó sus gafas de sol. Parecía entre enfadado y ofendido.


-No me vuelvas a hacer esto, Fred – Dijo –. Es ridículo – Se acercó a la ventana –. Esas no son formas de tratarme, yo no merezco este trato  – Y salió -. Y, por cierto, follas demasiado bien para ser heterosexual.

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Dedicado a  Sirius, por darme fuerzas e ilusión para continuar la Saga Arcoiris, que ha pasado de ser un sueño a una realidad. 
Gracias. 

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Monocromía del arcoiris.

No hacía más de dos meses que me había mudado a este nuevo barrio y todavía no he escrito una sola palabra de mi novela. Creí que mudándome, encontraría la calma y la paz espiritual que tanto anhelaba. Vaya iluso. Ese maldito Harry White y sus fiestas de solteros… Ahora estoy todas las noches a base de tabaco y brandy para poder sobrellevar otro día más.

Ahora sé por qué ponían tanto interés en alquilar este piso. Yo me tengo que tragar todas y cada una de las celebraciones que monta. Menudo escándalo. Menos mal que el blues y el jazz no son para nada indecentes, pero de eso ya se encargan sus invitados. ¿Qué tienen esas fiestas? Las veces que he ido, sólo estuvo dando vueltas alrededor de aquella multitud de hombres, yendo de macho en macho, a ver quién le agrada más para quedárselo aquella noche. Y lo peor es que, cuando viene la policía, se escaquea y los demás tienen que responder por él. Cualquier día llamaré yo a la policía y...

¿Yo, su amigo? Ese no es amigo de nadie, sólo va donde le conviene y a lo que le conviene. Es un estafador, un caradura, un manipulador, un sucio rastrero y ruin.

Y lo peor, todavía sigo sin entender qué le hice. Yo me comporté tal cual. Es más, creo que fui todo un caballero. Seguro que otra persona en mi lugar, no se hubiese comportado así. Apuesto mi cuello a que ni el estúpido señor O’Donnell, ni el señor Marshall ni ninguno de aquellos capullos han tratado nunca de esa forma a Harry White.

Oh, claro, seguro que armó aquella pataleta de niño de primaria porque no le pagué. Como el señorito Harry White se mueve con dólares de por medio… Se cree una persona de apellido, pavoneándose con sus bolsos de marca y sus abrigos de piel, paseando sus joyas por el rellano, fumando de su larga boquilla negra y plata y usando unas excéntricas gafas de sol incluso cuando está nublado o techado.

Ya ni me mira cuando pasa por mi lado en la escalera, y dejó de llamar a mi piso cuando se dejaba las llaves en su casa. Empezó a llamar a casa de Agatha Bryce, la señora del culo gordo del 1º, pero se ofendió tanto que no llamó más de tres veces. Parece ser que a ella también le molesta el escándalo. No me resulta extraño que Harry tenga tanta gente que le odie. ¿Por qué será? No sabe mantener una relación de amistad. No tiene ni idea de cómo puede sentirse una persona. Claro que, como él ha vivido a base de fama y dinero, es normal que no sepa cómo se sienten los humanos de a pie. Él vive como en otro nivel, se mueve por el interés.

¿Quién le habrá enseñado a ser así? ¿No tiene familia? Amigos ya se sabe que no. Y si él cree que los tiene, será uno de aquellos señores que les paga por ser su “amigo” durante una hora y luego se larga a tener vida normal. Me refiero a vida normal porque, contratar a Harry White es como cuando un coche para a repostar o alguien se va de vacaciones. Es algo pasajero, no duradero. Harry White es una persona que me ha demostrado que ve el mundo como un juego, como unas vacaciones eternas de esplendor y riqueza, pero no se da cuenta de que es una persona vacía.

Me enciendo otro pitillo más, “el último” llevo diciendo desde el lunes pasado. Ahora mismo, es lo único que me ayuda. Y el brandy, maravilloso brandy. Ando por casa como un muerto en vida, sin saber dónde ir, sin saber qué hacer. Ayer fui a la biblioteca a ver si encontraba la inspiración por algún sitio, pero sólo encontré desesperación. Mi día a día es simple monotonía. Necesito salir de aquí. Me siento encerrado. Me agobio. Me ahogo.

¿Y si voy al parque, a dar una vuelta? ¿Y si me pierdo por la ciudad? A lo mejor eso me inspira y puedo empezar a escribir mi nueva obra. O al menos, me ayuda a desconectar y salir de estas cuatro paredes que me están matando y quitándome las ganas de vivir. Está bien, me levanto, me visto y me voy. No hay más vuelta de hoja. O salgo de aquí ahora mismo, o tendrá que venir a buscarme la policía forense.

Mientras me visto, me pasan miles de cosas por la cabeza, miles de historias que puedo escribir. Siento como si mi cuerpo volviese a la vida, como un calor brotase de mi pecho hasta el resto de mi cuerpo. Me siento más positivo. Creo que debería salir más a menudo. Debería proponerme salir diariamente al parque, a aislar mi mente.

Abro la puerta y me dispongo a bajar las escaleras cuando… Me encuentro en el felpudo de la entrada un papel, un papel doblado y algo arrugado. Me agacho a cogerlo, lo desdoblo y leo una caligrafía descuidada, emborronada y temblorosa sobre un papel salpicado de lo que podrían ser lágrimas.

Fred, ayúdame.



Como una brisa helada que me paralizase todo el cuerpo, siento como si mi pecho se hubiese vuelto de cemento, ahogando el calor anterior, como si mis pies estuviesen pegados con el pegamento más fuerte al suelo. ¿Qué hago en este momento? ¿Cómo puedo sentirme? Mi mente explosiona, siento cómo el tiempo se para y un sudor frío recorre mi frente y mi nuca. Me tiemblan las manos y mis ojos pasan una y otra vez por aquellas dos palabras, intentando descifrar el mensaje. ¿Qué querrá ahora de mí? ¿Cuánto tiempo lleva sin ni tan siquiera mirarme a la cara? Estoy a punto de volverme totalmente loco.

¿Y ahora qué? ¿Cómo debo comportarme? ¿Qué debo hacer? Una parte de mí dice que siga adelante y salga a la calle, que él no se hubiese preocupado por mí. Otra parte, dice que vaya a su casa y pregunte lo que ha pasado, que me interese por él, al menos, por lo que fuimos en otro momento. ¿Qué fuimos en otro momento? ¿Aquello se reconoce como una amistad? He de reconocer que al menos pasé algunos buenos ratos con él, y creo que sólo por eso, y por hacerme perder la cabeza, se merece un poco de apoyo moral. Pero yo no sirvo para eso, no sabría qué decir. ¿Y si se le ha muerto un familiar cercano? ¿Qué debo decir? ¿Mi más sentido pésame? ¿Y luego? Tendría que quedarme a escuchar lo buena que estaba la tarta de manzana de la tía abuela Mildred o los chistes tan graciosos que contaba el abuelo Tom, pero ahora no está, ha muerto y no volverá a recordar sus batallitas de guerra.

¿Y si no es eso? ¿Qué tipo de ayuda necesita? No valgo para dar consejos. Maldito Harry White… Siempre tiene que darme un nuevo quebradero de cabeza. ¿Y después de eso? ¿Volverá a ser todo como antes? ¿Volverá a hablarme?

Está bien, por ahora lo que haré será bajar las escaleras. Creo que será lo más acertado. Sigo en mi puerta, no me había dado cuenta. Estoy solo, de pie, mirando un papel, y está empezando a oscurecer. Me siento patético. ¿Cuánto tiempo llevo aquí? Miro el reloj y, para mi sorpresa, llevo más de un cuarto de hora aquí parado.

Entonces, empiezo a bajar los escalones. Cada vez parecía que me costaba más esfuerzo. Mis piernas empezaron a flaquear y mi cuerpo a temblar. ¿De qué tengo miedo? ¿Qué estoy temiendo? ¿El panorama que me pueda encontrar? Cuando bajo a la segunda planta, veo la puerta de Harry entreabierta. Entonces, me acerco poco a poco y lo escucho hipar con fuerzas. ¿Qué hago? Me voy, me voy a mi piso, voy a estar en mi casa tranquilo. Sea lo que sea lo que le haya pasado… Yo no he salido y no he visto la nota, fin ¿Por qué pretendo ser cruel con él? No me sale. Creo que todavía me queda un poco de rencor después de todo lo que hizo, pero no puedo estar recriminándoselo toda la vida. Creo que en este tipo de situaciones, hay que dejar los problemas aparte y ofrecer toda tu ayuda. ¿Lo hago por cumplir? ¡Claro que no lo hago por cumplir! Sé que estoy deseando de entrar. Pero me gana el miedo.

-Señor Johnson… Alfred… -Escucho que dice entre sollozos – ¡Fred, ayúdame! ¿Dónde estás, Fred?

Harry… Acabo de confirmar que estaba pidiendo auxilio. Necesitaba mi apoyo, me estaba llamando a mí. Sí, yo para él soy Fred, pero… ¿Y el Señor Johnson? ¿Y quién demonios es Alfred? Entonces dejé de dudarlo y entré.

-¿Harry? – Pregunto – Harry, soy yo, Fred. Estoy aquí, he venido a ayudarte – Intento guiarme por el sonido de sus sollozos y su respiración, pues está todo tan oscuro que no veo nada –. ¿Estás bien? ¿Dónde estás?

-Fred… -Contesta Harry. Sonaba como si lo hiciese con su último aliento.

Me asusto tanto que entro rápido al salón. Espero que mis ojos se adapten a esa oscuridad y busco algo que encender, palpando por todos los muebles. Me acerco a una mesilla y enciendo la luz. Lo primero que veo es toda su ropa tirada en el suelo hecha un bulto y un par de cuchillas llenas de sangre. Y ahí tumbado estaba Harry, pero no el Harry White que yo conocía. Nunca había visto una imagen tan decadente y triste. Por primera vez, aparentó más edad de la que tenía, aunque todavía su edad seguía siendo para mí algo desconocido. Estaba roto por dentro. Lloraba a más no poder, miraba al suelo. Hipaba entre aquel amargo llanto. Daba la sensación de que se había cumplido la cosa que menos se esperaba que ocurriera, lo peor que le hubiese podido pasar en aquel momento, y no parecía que fuese algo que era de esperar. No, aquella sensación demostraba ser el resultado de una amarga sorpresa.


-Fred, has venido – Dice Harry.