miércoles, 27 de noviembre de 2013

Monocromía del arcoiris.

No hacía más de dos meses que me había mudado a este nuevo barrio y todavía no he escrito una sola palabra de mi novela. Creí que mudándome, encontraría la calma y la paz espiritual que tanto anhelaba. Vaya iluso. Ese maldito Harry White y sus fiestas de solteros… Ahora estoy todas las noches a base de tabaco y brandy para poder sobrellevar otro día más.

Ahora sé por qué ponían tanto interés en alquilar este piso. Yo me tengo que tragar todas y cada una de las celebraciones que monta. Menudo escándalo. Menos mal que el blues y el jazz no son para nada indecentes, pero de eso ya se encargan sus invitados. ¿Qué tienen esas fiestas? Las veces que he ido, sólo estuvo dando vueltas alrededor de aquella multitud de hombres, yendo de macho en macho, a ver quién le agrada más para quedárselo aquella noche. Y lo peor es que, cuando viene la policía, se escaquea y los demás tienen que responder por él. Cualquier día llamaré yo a la policía y...

¿Yo, su amigo? Ese no es amigo de nadie, sólo va donde le conviene y a lo que le conviene. Es un estafador, un caradura, un manipulador, un sucio rastrero y ruin.

Y lo peor, todavía sigo sin entender qué le hice. Yo me comporté tal cual. Es más, creo que fui todo un caballero. Seguro que otra persona en mi lugar, no se hubiese comportado así. Apuesto mi cuello a que ni el estúpido señor O’Donnell, ni el señor Marshall ni ninguno de aquellos capullos han tratado nunca de esa forma a Harry White.

Oh, claro, seguro que armó aquella pataleta de niño de primaria porque no le pagué. Como el señorito Harry White se mueve con dólares de por medio… Se cree una persona de apellido, pavoneándose con sus bolsos de marca y sus abrigos de piel, paseando sus joyas por el rellano, fumando de su larga boquilla negra y plata y usando unas excéntricas gafas de sol incluso cuando está nublado o techado.

Ya ni me mira cuando pasa por mi lado en la escalera, y dejó de llamar a mi piso cuando se dejaba las llaves en su casa. Empezó a llamar a casa de Agatha Bryce, la señora del culo gordo del 1º, pero se ofendió tanto que no llamó más de tres veces. Parece ser que a ella también le molesta el escándalo. No me resulta extraño que Harry tenga tanta gente que le odie. ¿Por qué será? No sabe mantener una relación de amistad. No tiene ni idea de cómo puede sentirse una persona. Claro que, como él ha vivido a base de fama y dinero, es normal que no sepa cómo se sienten los humanos de a pie. Él vive como en otro nivel, se mueve por el interés.

¿Quién le habrá enseñado a ser así? ¿No tiene familia? Amigos ya se sabe que no. Y si él cree que los tiene, será uno de aquellos señores que les paga por ser su “amigo” durante una hora y luego se larga a tener vida normal. Me refiero a vida normal porque, contratar a Harry White es como cuando un coche para a repostar o alguien se va de vacaciones. Es algo pasajero, no duradero. Harry White es una persona que me ha demostrado que ve el mundo como un juego, como unas vacaciones eternas de esplendor y riqueza, pero no se da cuenta de que es una persona vacía.

Me enciendo otro pitillo más, “el último” llevo diciendo desde el lunes pasado. Ahora mismo, es lo único que me ayuda. Y el brandy, maravilloso brandy. Ando por casa como un muerto en vida, sin saber dónde ir, sin saber qué hacer. Ayer fui a la biblioteca a ver si encontraba la inspiración por algún sitio, pero sólo encontré desesperación. Mi día a día es simple monotonía. Necesito salir de aquí. Me siento encerrado. Me agobio. Me ahogo.

¿Y si voy al parque, a dar una vuelta? ¿Y si me pierdo por la ciudad? A lo mejor eso me inspira y puedo empezar a escribir mi nueva obra. O al menos, me ayuda a desconectar y salir de estas cuatro paredes que me están matando y quitándome las ganas de vivir. Está bien, me levanto, me visto y me voy. No hay más vuelta de hoja. O salgo de aquí ahora mismo, o tendrá que venir a buscarme la policía forense.

Mientras me visto, me pasan miles de cosas por la cabeza, miles de historias que puedo escribir. Siento como si mi cuerpo volviese a la vida, como un calor brotase de mi pecho hasta el resto de mi cuerpo. Me siento más positivo. Creo que debería salir más a menudo. Debería proponerme salir diariamente al parque, a aislar mi mente.

Abro la puerta y me dispongo a bajar las escaleras cuando… Me encuentro en el felpudo de la entrada un papel, un papel doblado y algo arrugado. Me agacho a cogerlo, lo desdoblo y leo una caligrafía descuidada, emborronada y temblorosa sobre un papel salpicado de lo que podrían ser lágrimas.

Fred, ayúdame.



Como una brisa helada que me paralizase todo el cuerpo, siento como si mi pecho se hubiese vuelto de cemento, ahogando el calor anterior, como si mis pies estuviesen pegados con el pegamento más fuerte al suelo. ¿Qué hago en este momento? ¿Cómo puedo sentirme? Mi mente explosiona, siento cómo el tiempo se para y un sudor frío recorre mi frente y mi nuca. Me tiemblan las manos y mis ojos pasan una y otra vez por aquellas dos palabras, intentando descifrar el mensaje. ¿Qué querrá ahora de mí? ¿Cuánto tiempo lleva sin ni tan siquiera mirarme a la cara? Estoy a punto de volverme totalmente loco.

¿Y ahora qué? ¿Cómo debo comportarme? ¿Qué debo hacer? Una parte de mí dice que siga adelante y salga a la calle, que él no se hubiese preocupado por mí. Otra parte, dice que vaya a su casa y pregunte lo que ha pasado, que me interese por él, al menos, por lo que fuimos en otro momento. ¿Qué fuimos en otro momento? ¿Aquello se reconoce como una amistad? He de reconocer que al menos pasé algunos buenos ratos con él, y creo que sólo por eso, y por hacerme perder la cabeza, se merece un poco de apoyo moral. Pero yo no sirvo para eso, no sabría qué decir. ¿Y si se le ha muerto un familiar cercano? ¿Qué debo decir? ¿Mi más sentido pésame? ¿Y luego? Tendría que quedarme a escuchar lo buena que estaba la tarta de manzana de la tía abuela Mildred o los chistes tan graciosos que contaba el abuelo Tom, pero ahora no está, ha muerto y no volverá a recordar sus batallitas de guerra.

¿Y si no es eso? ¿Qué tipo de ayuda necesita? No valgo para dar consejos. Maldito Harry White… Siempre tiene que darme un nuevo quebradero de cabeza. ¿Y después de eso? ¿Volverá a ser todo como antes? ¿Volverá a hablarme?

Está bien, por ahora lo que haré será bajar las escaleras. Creo que será lo más acertado. Sigo en mi puerta, no me había dado cuenta. Estoy solo, de pie, mirando un papel, y está empezando a oscurecer. Me siento patético. ¿Cuánto tiempo llevo aquí? Miro el reloj y, para mi sorpresa, llevo más de un cuarto de hora aquí parado.

Entonces, empiezo a bajar los escalones. Cada vez parecía que me costaba más esfuerzo. Mis piernas empezaron a flaquear y mi cuerpo a temblar. ¿De qué tengo miedo? ¿Qué estoy temiendo? ¿El panorama que me pueda encontrar? Cuando bajo a la segunda planta, veo la puerta de Harry entreabierta. Entonces, me acerco poco a poco y lo escucho hipar con fuerzas. ¿Qué hago? Me voy, me voy a mi piso, voy a estar en mi casa tranquilo. Sea lo que sea lo que le haya pasado… Yo no he salido y no he visto la nota, fin ¿Por qué pretendo ser cruel con él? No me sale. Creo que todavía me queda un poco de rencor después de todo lo que hizo, pero no puedo estar recriminándoselo toda la vida. Creo que en este tipo de situaciones, hay que dejar los problemas aparte y ofrecer toda tu ayuda. ¿Lo hago por cumplir? ¡Claro que no lo hago por cumplir! Sé que estoy deseando de entrar. Pero me gana el miedo.

-Señor Johnson… Alfred… -Escucho que dice entre sollozos – ¡Fred, ayúdame! ¿Dónde estás, Fred?

Harry… Acabo de confirmar que estaba pidiendo auxilio. Necesitaba mi apoyo, me estaba llamando a mí. Sí, yo para él soy Fred, pero… ¿Y el Señor Johnson? ¿Y quién demonios es Alfred? Entonces dejé de dudarlo y entré.

-¿Harry? – Pregunto – Harry, soy yo, Fred. Estoy aquí, he venido a ayudarte – Intento guiarme por el sonido de sus sollozos y su respiración, pues está todo tan oscuro que no veo nada –. ¿Estás bien? ¿Dónde estás?

-Fred… -Contesta Harry. Sonaba como si lo hiciese con su último aliento.

Me asusto tanto que entro rápido al salón. Espero que mis ojos se adapten a esa oscuridad y busco algo que encender, palpando por todos los muebles. Me acerco a una mesilla y enciendo la luz. Lo primero que veo es toda su ropa tirada en el suelo hecha un bulto y un par de cuchillas llenas de sangre. Y ahí tumbado estaba Harry, pero no el Harry White que yo conocía. Nunca había visto una imagen tan decadente y triste. Por primera vez, aparentó más edad de la que tenía, aunque todavía su edad seguía siendo para mí algo desconocido. Estaba roto por dentro. Lloraba a más no poder, miraba al suelo. Hipaba entre aquel amargo llanto. Daba la sensación de que se había cumplido la cosa que menos se esperaba que ocurriera, lo peor que le hubiese podido pasar en aquel momento, y no parecía que fuese algo que era de esperar. No, aquella sensación demostraba ser el resultado de una amarga sorpresa.


-Fred, has venido – Dice Harry. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario