Nunca
antes lo había visto llorar. El espíritu fuerte y salvaje que habitaba en él ya
no vivía allí. Era un cuerpo totalmente destrozado, sin alegría, gris. Ya de
por sí me resultaba extraño volver a verlo una vez más sin maquillaje, pero la
última vez no estaba en estas condiciones. Parecía que se le habían agotado las
ganas de vivir.
Estaba tirado en su chaiselonge favorita, boca abajo. Sólo llevaba la una desgastada
camiseta de pijama que parece ser que ser que sólo se la ponía en sus días más
tristes, pues él no era de dormir vestido y en esa camiseta ya se veían rasgos
de haber sido usada en más de una deprimente ocasión. Al no ser de su talla, era tan grande que no
se podía ver si debajo había ropa interior o no, y yo no había ido allí para
descubrirlo.
No sé
por qué me llamó a mí, teniendo a tanta gente a la que llamar. Me llamó a mí, a
su vecino de arriba, con el que tanto había jugado y mareado sin dejarle nada
claro. Siempre fui su juguete desde el día que me engatusó hasta el día en el
que me di cuenta de lo sucio que podía llegar a ser. Pero, después de todo, fui
su mejor amigo. Su único amigo. Y confiaba en mí.
Su casa
estaba más desordenada de lo habitual. Él nunca había sido muy amante del
orden, pero vivía en su orden desordenado. Ese día, su único orden se había
desvanecido. La mesa estaba llena de ceniceros hasta arriba, por el suelo
encontré varias cajetillas de tabaco y botellas de diversas bebidas alcohólicas
vacías (Entre ellas, tequila y vodka, y recé por que no hubiese mezclado ambas).
Del baño procedía un fuerte olor a vómito y su
habitación estaba patas arriba. Su casa había pasado de ser una casa
minimalista de catálogo a ser la casa de un yonki.
Como
pudo, me ofreció asiento. Se levantó y me miró a los ojos.
-Lo he
vuelto a hacer.
Y me
abrazó fuertemente mientras rompía a llorar. Olía a sudor, vómito y sangre. Ya
no olía a perfume caro de señor mayor (Mejor dicho, mezcla de perfumes caros de
diversos hombres mayores adinerados con los que solía mantener sus citas
diarias).
-¿Qué
has vuelto a hacer? –Dije mientras le miraba directamente a los ojos.
Se puso
de pie y se alzó la ancha camiseta. Sí, tenía ropa interior, de marca además.
Pero eso no era lo que me quería enseñar. Alrededor de sus ingles, había
diversas postillas y heridas. Eran finas y alargadas, perfectamente situadas de
forma paralela las unas a las otras. Lógicamente, eran causadas.
-¿Por
qué lo has hecho? –Pregunté serenamente, para no alterarlo más.
-Me he
enamorado.
Un
sudor frío recorría mi nuca y mis ojos se abrieron como platos. Se me cortó la
respiración. Harry, Harry White enamorado. El hombre que no pertenece a nadie y pertenece
a todos, el hombre que decide con quién acostarse y con quién no. Ese hombre,
enamorado.
-Sí –Me
dijo como si me leyese el pensamiento –, estoy enamorado. Yo estoy enamorado.
También soy humano, ¿Sabes? Tengo mis sentimientos y mis emociones. Las he
tenido siempre aunque no lo parezca. Lo que pasa es que no quería que nadie se
diese cuenta. Lo que todos conocéis de mí es un maquillaje, una máscara para
protegerme de la sociedad que te corrompe por dentro. Pero, si no puedes con tu
enemigo, únete a él. He estado muchos años oculto tras un personaje que no era
yo, mi alter ego, una parodia de mí mismo que se me ha ido de las manos de tal
forma que mi auténtico yo se ha reducido a cenizas.
No sé
cómo reaccionar a esto. Harry se está desnudando para mí, pero no como solía
hacerlo, sino de una forma más personal.
-He
tenido miedo de ser yo. Siendo yo, no he sido aceptado. Nunca. Y si lo he sido,
ha sido por poco tiempo, tan poco que ni lo tengo en cuenta. Cuando empecé a
dejar de ser Darren para ser Harry, mi vida comenzó a cambiar.
¿Darren?
¿Harry se llama Darren?
-Darren
Brown –Me confirmó para interrumpir mi pensamiento –. Mi nombre de pila es
Darren Brown. Harry manda sobre Darren, sin darse cuenta de que sigue siendo el
mismo Darren de siempre, con sus mismos miedos. Yo olvidé eso. Me olvidé de
Darren. Olvidé ser yo. ¿Recuerdas que una vez te dije que sólo existen dos
tipos de persona: Los que eligen y los que son elegidos? Pues yo soy un elegido
que aparenta elegir. Si te das cuenta, yo nunca he dicho que no a ningún tío
que se me acercase, pero mi personalidad de diva superficial dice todo lo
contrario. ¿Sabes por qué? Porque así siento que Darren ha muerto. Siento que atraigo
a alguien, siento que me quieren devorar y que tengo en mi mano lo que desean.
Me siento deseado. Nunca nadie ha deseado a Darren, pero sí a Harry.
Se
levantó para encenderse un cigarrillo en su larga boquilla negra y plateada y
continuó con su historia.
-Viví y
crecí en una casa de campo donde me criaron mis tíos, pues yo no era un niño
deseado, ni por mis padres ni por nadie. Cierto día me decidí a coger la vida
por los cuernos y a enfrentarme a ella cara a cara. Entonces me mudé a la
ciudad, cosa que fue muy fácil porque no me dolió a mí ni a los que dejaba
atrás. Fue como una liberación. Entonces decidí cambiar mi nombre y mi
apellido, porque pensaba que ya no me pertenecían, pues fueron dos cosas que no
decidí por mí mismo y ahora era el momento de saber qué hacer con mi vida y de
qué manera llevarla. En esos momentos, vivía en un pequeño piso que tenían mis
tíos en un sitio céntrico, pero como han sido siempre tan rústicos, nunca
dejaron el campo y lo tenían abandonado. Mi tía, que era la única que se preocupaba
por mí, se encargaba de darme algo de dinero para mantenerme mientras yo empecé
a trabajar en diversos sitios. Recuerdo esa etapa de mi vida como ‘Vivir para trabajar’, pues no hacía
otra cosa.
>>Cuando mi tía murió, murió con ella
lo único que me quedaba de mis auténticas raíces. Yo siempre creeré que la mató
mi tío, pues dos días después, se lo encontraron muerto en el salón. Se
suicidó. Y no preguntes por qué, pero tengo la sensación de que fue él. Todavía
sigo yendo a visitarla cuando puedo y a dejarle la lápida tan bonita como ella
se merece. ¿La de mi tío?, me da igual. Pues bien, con la muerte de mi tía,
apareció en mi vida un gran bache del que tuve que salir yo solito. Tuve que
irme a vivir con una familia para la que trabajaba para así poder alquilar el
piso en el que estuve viviendo y así ganar más dinero. Hasta que conocí al señor Johnson, un señor
muy simpático y adinerado que me ayudó (más bien a Harry) a ser la persona que
soy ahora. Él me pagaba por hacerle compañía y me recomendaba a sus amigos, los
cuales me daban todos los caprichos habidos y por haber. Ahí fue cuando Harry
floreció. Me movía por el mundo del vicio y del glamour. Estaba rodeado de
perfumes caros y joyas. Yo era un jovencito con mucha labia y saber estar que
sabía hablar de cualquier tema y agradaba a esos señores. Sólo tenía que darles
lo que querían y hacer el papel de que me gustaban. Lo demás, lo tenía todo
resuelto.
Hizo una pequeña pausa para servirse un
coctel. Cogió dos copas impares que estaban por el suelo, las limpió un poco y
vertió en ambas el contenido de una coctelera que había en una silla. Volvió a
acomodarse con la copa en la mano y continuó.
-Cuando tuve el dinero suficiente, el señor
Johnson me buscó este piso, un pequeño piso para mí solo en un sitio más céntrico
que el anterior, con pocos vecinos para poder hacer mis fiestas de encuentro
con los chicos más ricos de América sin apenas molestarlos. ¿Recuerdas la
primera vez que asististe? Estabas asustado. Me parece que ese día fue el que
un marine se enfrentó con un bombero y me tuve que escapar por la ventana del
baño porque al señor Steven le daba miedo los ruidos fuertes y esa noche tenía
pensado servirme de sus dotes para pasar el rato. Oh, claro que fue ese día.
Cuando volví, tú estabas hablando con el señor Marshall e hicisteis buena
amistad.
-El señor Marshall es un pesado –Dije al
escuchar ese nombre, sin pensarlo –. Le odio.
-Yo también le odio. Pero sólo le odio cuando
se bebe. Chico, qué hombre tan pesado. Me sé sus hazañas jugando al croquet de
memoria. Y creo que la mitad de sus cacerías son inventadas. Me han dicho que
apenas sabe montarse en el caballo, y con ayuda. Yo sigo sin entender esas
tradiciones inglesas de jugar al croquet e irse de caza a caballo. No le veo
ninguna diversión.
-Yo tampoco, parece del siglo pasado.
-Volvemos a coincidir en algo. Oh, Fred,
realmente somos muy parecidos tú y yo. No sé qué haría sin ti.
-Todavía no me has contado tu enamoramiento.
-Cierto, pero primero quería que supieses mi
historia para que así lo entendieses todo mejor.
Me da la sensación de que eso no es del todo
así, sino que necesitaba decírselo a alguien para desahogarse después de tantos
años oculto. Volvió a encenderse otro cigarrillo.
-Pues todo comenzó con una de mis últimas
fiestas de solteros de oro, que recuerdo que vino el señor Johnson después de
mucho tiempo sin aparecer. Esa noche
tuve otra sorpresa: Alfred, un chico de 22 añitos recién cumplidos con ansias
de deseo. No sé cómo llegó hasta allí ni quién lo había invitado, pero para mí
fue como un ángel caído del cielo. Era un chaval que sólo buscaba ir de flor en
flor sin ninguna intención de encontrar el amor ni nadie que lo ate. Un Harry
White sin ningún Darren Brown que ocultar. Esa noche lo invité a pasarla
conmigo. Después escaparnos de la fiesta, fuimos a dar vueltas por toda la ciudad.
Recuerdo que yo llevaba unas plataformas blancas y un fular de marca a juego
con la pajarita. Estuvimos toda la noche riendo y hablando como dos
adolescentes enamorados. Vimos juntos el amanecer. Días después, volvimos a
quedar para tomar unos cócteles y así fue pasando el tiempo. No llegamos a
mucho, la verdad, las ilusiones me las hice yo solo. Él no me prometía nada,
fui yo el que se enamoró de él y de su indiferencia. Todo empezó a olerme mal
cuando comenzó a fijarse en algunos de mis anteriores conquistas y me iba
diciendo que tenía ganas de hacer una serie de cosas con ellos que a mí ni me
insinuaba hacer. Pero lo peor estaba por llegar. Anoche, como de costumbre, fui
a visitar al señor Johnson a su casa. Cuando llegué, la puerta estaba encajada.
Claro, me asusté, pues ya es un señor que está mayor y le tengo mucho aprecio.
Entonces entré, pobre ignorante de mí, y voy yo con el cuerpo cortado y un
susto que me recorría toda el alma y abro la puerta de su cuarto. Me encontré
la impactante imagen del señor Johnson desnudo con Alfred enganchado a él por
detrás dándole duro.
>> Créeme, fue algo traumático para mí. La persona que me
sacó de aquel mundo de barriobajeros y muchedumbre y ha hecho que sea lo que
ahora soy tirándose al chico que me gusta. Y no creo que haya sido por su
propia voluntad, sino que Alfred le convenció. Claro que yo sé que el señor
Johnson ha tenido sexo con más personas y a mí no me ha importado, pero esto ya
era demasiado sobrenatural. Estamos hablando del chico que me gusta. No, no sólo
el chico que me gusta, sino el chico que me tiene loco. ¿Sabes por qué? Porque
es la persona que yo siempre he querido ser sin tener que ocultar otra. No
quiero decir amor porque es ya un término mayor, pero puedes imaginarte más o
menos de qué van las cosas. Pues ese mismo chico, esa pequeña zorra escurridiza
que me utilizaba para tener mis contactos y ligarse a mis ligues y tirarse al
señor Johnson, que para mí es como si fuese mi segundo padre. Lo más repugnante
de ese chico fue que, después de todo, me dijo que yo no era su tipo. Maldito
cabrón.
No sé qué decir en este momento. Claro que
esa escena debió ser frustrante y que lo ha tenido que pasar mal, pero no sé
qué palabras decir para animarle. No sé si tengo que criticar a Alfred o decir
que el pobre señor Johnson no tenía la culpa de nada. Entonces me levanté y fui
a abrazarle. Él me devolvió el abrazo y cerró los ojos. Y me besó en el cuello.
Sonrió.
-¿Y por qué me he enamorado de semejante
mamarracho y nunca antes me había enamorado de ninguno de aquellos señores
mayores? - Dijo alzando la cabeza, que tenía apoyada en mi hombro - Pues porque aquel hijo de puta era un monumento griego y me daba un
morbo que los demás no me daban. Y ese morbo ha acabado rajándome. Ahora, por
culpa de ese pedazo de mamón, estoy tirado aquí, hecho una mierda y llorando.
Yo, Harry White llorando por un tío. Yo, que me he acostado con los hombres más
importantes de América y los que me quedan por probar. ¿Qué vivo en una mentira?
¿Y qué? Así soy feliz. El fin del ser humano es encontrar su propia felicidad,
¿Verdad? Y yo he pasado de ser una rata de alcantarilla a una joya deseada. Esa
es mi propia felicidad. Pero no he de olvidar al viejo Darren y aprender de mis
errores del pasado para no volver a cometerlos en un futuro. Voy a ser un Harry White con un poco más de
Darren Brown. ¿Y sabes qué? Me voy a levantar, me voy a duchar y me voy a poner
mi mejor ropa, la más cara y voy a salir a la calle a comerme el mundo. Y que les
den por el culo a los demás, que le den por culo a Alfred. Él va a perder más
que yo. Él no es un Harry White, es sólo una parodia de Harry White que nunca
llegará a ser como él. Porque Harry White es único e inimitable. Esta noche te
invito a cenar, Fred. Sólo tú y yo.
Y se levantó de un salto. Ya se le había
desvanecido toda la tristeza. Se había ayudado a él mismo, sólo le hacía falta
alguien a quién contárselo y desahogarse. Yo no hice nada. Seguía sin saber qué
decir, sucedió todo demasiado rápido y estaba sin palabras.
-Te quiero mucho, Fred –Me dijo al oído
mientras me abrazaba –. Gracias por todo.