Cuando
ya no hay por la calle nadie decente, camino por las oscuras tinieblas
iluminadas por la tenue luz de las farolas que las velas podían dar una noche tan
fría como aquella. Me vuelvo a dirigir a aquel antro del que sólo comentan
voces de hombres mayores que quieren salir a beber un buen whisky con hielo, a
sabiendas de que sus esposas no sabrán de la existencia de dicho local.
Echo un
vistazo a la puerta de la calle del Silencio número uno, y llego a una
conclusión. Parece ser que gracias a la niebla de la calle, la sala invita a
llenarse para que aquellos señores se resguarden del frío de la noche. Sólo
entonces, voy en busca de la pequeña puerta que hay atravesando la esquina en
una sucia calle sin salida.
Tras la
poco elegante bienvenida que me otorgan dada la confianza, me adentro por aquel
pasillo bañado por las luces de los camerinos y un calor sobrenatural que me
regala el placentero aroma de aquel sitio tan acogedor, penetra por mi cuerpo.
Camino entre las plumas, encajes y perlas que me dan la vida hasta el que es mi
camerino. Enciendo las bombillas que rodean ese gran espejo dejando ver las estampitas
de mi virgen del Rosario y veo el reflejo de un triste hombre cansado en una
habitación de paredes rojas adornadas con cuadros de grandes artistas.
Empiezo
a desvestirme y me dispongo a elegir la ropa con la que saldré al escenario para,
como una noche más, amenizar la velada de aquellos visitantes.
Llaman
a la puerta.
-Antonio,
¿Ya has llegado? – Dice la figura de un amigo que se asoma.
- Sí,
acabo de llegar – Respondo.
-Date
prisa, sales en quince minutos. Rosita no ha venido y tienes que suplirla. Su
madre se ha puesto mala y está con ella en el hospital. Yo le he encendido una
velita a la virgen de la Salud para que la cuide, pero no creo que la cera
quemada ayude a mantener entretenidos a nuestros espectadores de hoy, que son
muchos. No veía tantos desde… Desde yo que sé cuándo.
-¿Qué
canción cantaba ella? –Contesto mientras empiezo a maquillarme.
-Pues
creo que alguna de Estrellita Castro, pero no me hagas mucho caso que tú sabes
que yo tengo la cabeza a las tres de la tarde. Pero bueno, que si no te la
sabes, no creo que pase nada. Tú les cantas alguna de Concha Piquer o Juanita
Reina que tan bien te sabes. El caso es mantener entretenido al personal.
-¿Qué
puedo ponerme? Me estás poniendo de los nervios, Amapola.
-Rosario,
cálmate, que yo te ayudo –Me dijo mientras empezaba a maquillarme.
-¡Niñas!
¿Todavía estáis así? – Dijo una nueva imagen rechoncha que entraba por la
puerta con algo entre las manos que la figura de Amapola no me dejaba ver.
-Pues
mira qué plan. ¿Qué traes ahí, Soledad?
-Traigo
la peluca de Rosita, la de caracoles, mira qué graciosa está. Seguro que a
Rosario le queda genial.
-Anda,
déjala ahí y ponte a buscarle un vestido bonito. ¿Qué canción le toca?
-Pues
creo que ‘Suspiros de España’, así que tenemos que encasquetarle una peineta
bien bonita con dos grandes flores rojas, como el sentimiento español.
-Ay,
pero bueno, ya que Rosita no ha venido, vamos a hacer que Rosario se luzca, que
Rosita siempre se ponía muy sencillita y no tenía duende.
-Pero es
que Estrellita es muy sencilla. No vamos a ponerla como un fantoche y
encasquetarle un armatoste para que haga el ridículo.
-Quita,
quita, déjamelo a mí. Anda, dame el corsé blanco con encajes negros.
-¡¿El
corsé?! Tú no estás buena. ¡Que esa canción representa el sentimiento español!
-Sentimiento
español… ¿Tú crees que estos hombres han venido aquí para encontrar el ‘sentimiento
español’ o para vernos las tetas? ¡Si la mayoría están casados y prefieren que
nosotras les calentemos las mantas! Pero
es normal, comparando aquellas tristes señoras en bata con estas curvas tan
maravillosas que Dios me ha dado.
-Ay
Amapola, qué tonta te pones. Pero ya no es por eso, es la representación que
hacemos de una grande de la música.
-Anda,
pues búscame la blusa de terciopelo burdeos con encajes negros y la falda
larga, verás cuando le plante la peineta, la mantilla y los claveles rojos lo guapa
que va a estar mi Rosario y lo bien que va a representar mi niña ese
sentimiento.
-¡Pero eso
es de Juanita Reina! ¡Estrellita Castro es de flamenca! Anda, voy a buscarte el
traje de gitana de lunares y el mantón.
-¡Pues
date prisa, ‘Reina’, que sale en cinco minutos! Y Rosario… ¡Ay, qué guapa estás
con la peluca! ¡Tú sí que eres enteramente una reina!
-…Anda
que el vestido pesa como él solo. ¡Ay, qué guapa estás Rosario! Anda, mete las
patas por aquí que te abrocho y te termino de colocar.
-Las
flores se las coloco yo que tú siempre las pones daleadas y parece que la ha
vestido una coja.
-Coja…
Coja te voy a dejar yo a ti. Anda, ponle
las perlas y los corales y que salga ya pitando.
Después
de todo este paripé de mis dos simpáticos y alegres amigos, me dirijo tras
bambalinas al escenario y espero a que resuene mi nombre artístico, Rosario
Puñales. Tras la explosión de aplausos que me otorga el público, empieza a
sonar aquella melodía.
Tras la
piel, los huesos y la garganta de un hombre, canta el corazón y un alma rota de
mujer.
Siento
como si por mi boca entrase cada gota ardiente de whisky que se toma cada uno
de nuestros comensales. Siento como todo el mundo me mira y de mí depende el
destino de esta noche. Siento como si el tiempo se hubiese parado y sólo yo en
esta habitación tengo el poder al interpretar la maravillosa letra de aquel
pasodoble español. Siento que mi canción es mi lucha. Siento que estoy
demostrando a los hombres que dentro de un hombre hay siempre un trozo de
mujer. Siento que si me callo, se calla la libertad.
Seguido de la
última marea de aplausos, despido la noche y dirijo a aquel sucio camerino a
desmaquillarme. Ya no me parece todo tan real cuando se acaba la farsa. Siempre
acabo temiendo este trágico momento.
Las
bombillas del espejo alumbran mi suerte además de la mujer que me dio la vida,
la misma que estoy borrando de mi rostro otra noche más, tras ella se desmorona
mi valentía, la valentía que hay detrás de una mujer, y paso de ser la reina
que he sido esta noche para ser el triste fantasma que soy cuando aparecen los
rayos de sol.